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Un reflexión sobre cuerdas



Este texto fue publicado originalmente en 2018 en Kinbakumania. Si bien luego de estos cinco años necesitaría una actualización solo he realizado algunas correcciones de estilo, manteniendo el contenido incluso en aquellos aspectos que ya no opino igual o que necesitan al menos una matización. Lo que necesitaría ser revisado prioritariamente, a tono con el desarrollo de los debates que se vienen dando a nivel internacional (y que por supuesto a nuestras latitudes siempre llegan con algún tipo de delay), es el aspecto referido a los orígenes del kinbaku. Lo que en este texto pareciera aparecer como univoco (ascendencia marcial) debe leerse con otra complejidad. Si bien el hojojutsu inspira una parte de la práctica del shibari kinbaku no es la única ni ha sido su primera fuente sino que, incluso, habría llegado más tarde. Lo que importa por el momento, y que retomaremos en otros textos, es que la cuerda de tortura del periodo Edo ha sido más relevante en los primero años de nuestro arte, y que es algo que no tiene relación directa con el arte marcial del hojojutsu. Este detalle, si bien debe ser corregido, no afecta al sentido general del texto sino que lo refuerza. Queda en el tintero, entonces, seguir reflexionando sobre este aspecto que, entre otros, ha ido mutando en mis ideas y en los debates.


Hace 10 años que empezaba a interesarme en el mundo de las cuerdas y experimentaba mis primeras ataduras sobre mi propio cuerpo con cuerdas de algodón que compré en una ferretería y siguiendo los pocos tutoriales de bondage que en esa época se encontraban en internet.

Hace poco más de dos años transito este camino bajo la guía de Haru Tsubaki en KinbakuMania Dojo, donde hemos compartido más de una centena de horas de clases y varias más de muestras, performances y actividades relacionadas al Shibari Kinbaku.

Cuando reflexiono sobre el ambiente de cuerdas en la actualidad no dejo de sorprenderme sobre el crecimiento exponencial que ha sufrido desde aquel momento en que me cautivó aquella película de Ryuichi Hiroki, I am a SM writer, y en que mi sexualidad, impulsada por esas imágenes que empezaba a conocer, cambió radicalmente. En esas épocas donde yo me estaba introduciendo no existía a nuestro alcance casi nada que pudiese ser llamado Shibari Kinbaku, solo imágenes y tutoriales de difusas y vulgares copias del arte

japonés que no podían ser otra cosa que elaboraciones propias del bondage occidental. Hoy la historia es distinta, el gran desarrollo en Europa significó una gran apertura del Shibari Kinbaku al mundo y en Latinoamérica empezamos a dar los primeros pasos para construir nuestra comunidad de cuerdas.

En este punto de mi historia y del desarrollo del Kinbaku en la región, puedo empezar a desentrañar, gracias a las enseñanzas y acompañamiento de mi sensei, lo que puede significar el Shibari Kinbaku y cómo quiero que fluya en mis cuerdas.



¿Qué es el Shibari Kinbaku?


No es mi idea dar una definición cerrada sobre el asunto, para eso hay elaboraciones de atadores mucho más formados y experimentados que yo. Pero sí me interesan las implicancias que tienen las ataduras sobre mi práctica. Creo que es algo más complejo que lo que pueda decir una definición y lo que las imágenes que circulan nos muestran. Frente a las definiciones e imágenes estáticas, cerradas sobre hechos consumados, el arte de las cuerdas es un movimiento vivo, una conexión que fluye entre atador y atado con sus diferentes momentos. Pensemos en la clásica metáfora del rio, que no solo tiene su naciente y desembocadura (con su longitud y caudal determinado), sino que en su cauce hay rápidos, caídas y afluentes que hacen que cada lugar desde donde uno lo mira sea diferente. Que también la fuerza de esa corriente modifica a su paso la propia cuenca transformando continuamente su forma. Pero también que -como vio Heraclito- aunque

queramos cruzarlo siempre por el mismo lugar el agua transcurre, nunca es la misma y nosotros tampoco. Las cuerdas que fluyen sobre la piel del atado y las manos del atador son como el caudal de ese rio que no es igual en cada uno de sus momentos y que erosiona su propio lecho, transformando en cada crecida la experiencia de quienes lo navegan.

Luego de este aspecto fundamental, lo que sucede entre el atador y el atado como una experiencia, resumido a veces como una comunicación no verbal, podemos preguntarnos y reflexionar sobre la práctica en sí, ya que para alcanzar esa experiencia necesitamos desarrollar una técnica determinada.

Esta técnica, como es sabido, proviene de la cultura japonesa. Esto no es solo un dato geográfico, sino que significa que está estructurada sobre una cultura particular que la determina y le da sentido. Como todo arte japonés, la práctica tiene una gran carga tradicional de su cultura con formas, tiempos, modos, sentidos y dinámicas propias. Pero, además, es la derivación erótica del Hojojutsu, el arte marcial de la clase samurai

para capturar y transportar prisioneros -seiza sobre el tatami, yute anclado al bambú y bellas figuras de diamantes sobre un kimono, pero también restricción, sometimiento y castigo.

¿Esto significa que los occidentales tenemos que disfrazarnos de japoneses y tratar de copiar su cultura? Fracasaríamos, aunque lo intentemos empecinadamente, eso ya lo hicieron y lo siguen desarrollando en Japón con toda una cultura detrás que nosotros no tenemos. Pero estas premisas nos sirven para entender cual es el flujo interno de esta práctica y que es lo que debemos apropiarnos si queremos llegar a tocar profundamente a quienes nos acompañen en esta experiencia.

Podemos decir, entonces, que es una experiencia que fluye entre el atador y el atado a través de una técnica cargada de tradición y ascendencia marcial. Este es el contraste con la manera de entender el bondage en occidente donde prima la restricción en sí misma, el fetichismo de los materiales y la funcionalidad sexual.

Esto hace que, a pesar que a los ojos de un neófito las prácticas no presenten muchas diferencias, una vez que nos adentramos en el tema vemos que hay poca relación entre uno y otro. Incluso en el aspecto estético, donde de todas formas se siga tratando de imitar el estilo japonés, vamos a ver notables diferencias. Pero en realidad la delimitación fundamental es la experiencia a la cual nos sometemos como atadores, atados o

público.



Sometimiento y castigo


La pregunta clave en este punto es qué es lo que nos impulsa a llevar adelante esta experiencia particular. La sexualidad es un aspecto innegable, si bien entre los que se acercan a las cuerdas hay procedencias muy dispares, la gran mayoría lo hace a través de la sexualidad y, particularmente, el BDSM.

Aún conservo en mi cabeza la imagen de esa mujer semi-suspendida en “I am a SM writer”. El poder que tiene la sexualidad sobre nosotros es abrumador. Si podemos volvernos conscientes de ese poder y si lo podemos redireccionar a partir de nuestros deseos podemos transformar cualitativamente nuestra sexualidad terriblemente domesticada, llevarla hacía una zona donde nos permita derribar tabúes e imposiciones largamente estructuradas y transitar hacia una sexualidad libre y plena. En este camino, por supuesto, vamos a tener que reflexionar sobre la sociedad y la historia humana, y como llegamos a sentir que el sometimiento y el castigo tiene una relación con nuestra sexualidad.

El camino que haga cada persona sobre este tema es muy particular, pero sin dudas creo que el Shibari Kinbaku -como una arista del BDSM- es un juego que dialécticamente nos permite poner en nuestro cuerpo- como una negación de lo que históricamente fue y es- la dominación, el sometimiento, el abuso y todo tipo de atropellos hacia la sexualidad y los sujetos en general, y transformarlo en auto-descubrimiento y placer. Una potente toma de conciencia sobre nosotros mismos -subjetiva e histórica- a través de nuestros deseos y

nuestro cuerpo.

En el Shibari Kinbaku, por más livianos que seamos para llevar adelante nuestro estilo, siempre vamos a tener entre nuestras cuerdas, de alguna manera, un prisionero restringido y expuesto a un público que se regocija con su humillación, sea cual sea el nivel de consciencia que tengan el atador, el atado o el público sobre este aspecto. Esto es parte de la matriz a partir de la cual surgen las diversas formas del Shibari Kinbaku y, sin

dudas, un elemento profundo que nos mueve a desarrollarnos en la práctica.



Contra-imagen


Para los que también somos fotógrafos el Shibari Kinbaku presenta otra fuerte atracción. Los complejos diseños sobre desnudos y la destreza de los cuerpos suspendidos parecieran ser motivos fotográficos en sí mismos. Sin embargo, con nuestras cámaras vamos detrás de algo que es imposible capturar. La experiencia del Shibari Kinbaku no está en la imagen, eso es solo su apariencia y la fotografía solo se puede limitar a retratar ese aspecto, quedando oculta para la imagen su verdadera esencia. Esta solo puede experimentarse en vivo, en el transcurrir del tiempo, en el sonido de la cuerda y los suspiros rompiendo el silencio, en la visión panorámica de verlo todo desde el principio y saber cómo evoluciona un gesto a través de todo un recorrido. Lo que terminamos retratando en la imagen fotográfica, entonces, es algo muy distinto al Shibari Kinbaku, un aspecto muy superficial que no nos permite conocer cual es su verdadera esencia.

En este punto creo que se da la divergencia más grande entre la concepción de las cuerdas que intento expresar -abonada por mi humilde recorrido y por las grandes lecciones de Haru Tsubaki- y otras que crecen rápidamente en el ambiente. En general, y seguramente por la fuerte influencia de la cultura occidental, el arte con las cuerdas se instituye como un espectáculo, principalmente un espectáculo visual. Lo importante, visto desde ese otro punto de vista, es la imagen -sea fija o en movimiento- y el resultado estético de una

“performance”, y no la experiencia y el flujo complejo entre atador y atado. Las ataduras que a la vista sean muy complejas y en suspensiones espectaculares, entonces, van a tener más valor frente a ataduras sencillas, a pesar que estas últimas nos permitan una mayor comunicación, den cuenta de una escuela y una técnica particular y pongan énfasis en lo que siente el atado y como se desarrolla -si es a través de la restricción y tortura o una suave caricia de cuerdas.

El Shibari Kinbaku es el reverso de su propia imagen y la magia consiste en poder sacar a relucir su esencia a través de una experiencia concreta. Y lo más importante es que si lo pensamos de una forma u otra va a cambiar radicalmente como enfrentamos nuestras ataduras y, por lo tanto, su dinámica, su estética y los sentimientos que afloren de ellas. El camino que creo interesante, y que considero que es el de la esencia del Shibari Kinbaku, es el de una experiencia que permita una liberación del potencial que llevamos dentro y no el de un resultado espectacular, fijado en una imagen, que solo sirve para entretener por un breve momento a los usuarios de las redes sociales.


En un momento en el cual se empieza a diversificar la práctica, aparecen nuevos atadores y va tomando forma una comunidad de cuerdas en argentina y latinoamericana me parece adecuado que empecemos a cultivar nuestras experiencias e ideas sobre las cuerdas. Corramos el velo de las imágenes -que traen consigo la carga de una apariencia espectacular- y empecemos a descubrir y construir sobre nuestra experiencia un arte que

libere todo nuestro potencial a través del abrazo de la cuerda y la comunicación que este proyecta entre atador, atado y el público. Descubramos la esencia del Shibari Kinbaku como una forma de descubrir nuestra propia esencia y usarla para trascender hacia una forma más elevada de nuestra sexualidad y de las relaciones que surgen de esa inquietud tan profunda que alguna vez nos cautivó en una imagen, una historia o lo que fuera que haya despertado nuestra curiosidad hacia las cuerdas y el arte del Shibari Kinbaku.

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